Los primeros rayos de sol resbalaban despacio
por las ventanas. Amanecía y el tren seguía dejando detrás de sí paisajes que
las primeras luces encendían como velas perfumadas. Se despertaban los campos,
los árboles se vestían de fuego y colores y en el cielo se derretían mullidas nubes.
Su primera palabra fue un suspiro, leve, ligero, que se evaporó en la atmósfera mojada de sueño del vagón.
Su primera frase se compuso de una sonrisa,
una mirada empañada al chico que todavía dormía a su lado, una caricia en su
mano tan suave y un beso en su frente. Fue el beso a despertarlo, como una fría
gota de lluvia, y alejarle de sus sueños felices para llevarlo a una realidad
más suave todavía: ella.
Llevaban juntos horas huyendos los tormentos
de la ciudad. Habían dejado a sus espaldas la vida incesante, el ruido que
seguía en olas
desordenadas las calles y la altura de los edificios que anulaban el poder de
la luz.
Iban atraversando paisajes que evolucionaban
según se sumaban los kilómetros. Escapándo.
Ella abrió la ventana y llegó a sus narices
un olor de grandeza, aquel olor fuerte y puro que vierte
la naturaleza en el aire todavía frío de las mañanas.
Muy bonito !
RépondreSupprimer